lunes, 26 de mayo de 2014

DEMBA EL LEÓN



 
Era la primera cacería de Demba, el león más joven de la manada. Otros cuatro leones, tan inexpertos como Demba,  acechaban a una cría de impala que se había quedado rezagada.
Demba caminaba sigiloso, rodeando al animal indefenso.

Le habría gustado rugir, pero sabía que si lo hacía espantaría a su presa. Atardecía en las praderas de Okavanga y el suave viento se llevaba lejos el olor de Demba y sus compañeros. El pequeño impala no sospechaba que estaba a punto de morir, de ser cazado.

Demba comenzó a correr. El impala notó el movimiento y levantó el hocico olisqueando el aire. Demasiado tarde, las garras de Demba se clavaron en el muslo trasero del animal. La cría chilló llamando a su madre. Los demás leones se lanzaron sobre las patas, mordiendo y arañando la carne. Demba dio un potente y elegante salto, se subió a lomos de la cría y hundió los colmillos en el cuello. El animalillo cayó herido de muerte y Demba volvió al suelo.

Demba rugió. Se acercó a su presa. Su primera presa. La había abatido de forma impecable. Una caza sin contratiempos, elegante y perfecta. Entonces los ojos de Demba se cruzaron con los del impala. Dentro de aquélla mirada moribunda vio Demba una pregunta: “¿Por qué me has matado?” No había reproche, únicamente perplejidad y el asomo de la agonía. El león apartó la vista, no podía soportar tanto sufrimiento. En ese momento, Demba se prometió a sí mismo que jamás volvería a ver una mirada semejante. No quería ser el causante de tanto dolor.

Demba no volvió a cazar nunca más. En consecuencia, se volvió vegetariano.